Borges debía elegir cien obras y escribir un prólogo para cada una de ellas pero lamentablemente el proyecto nunca se concluyó. Sí llegó a escribir sesenta y seis prólogos antes de su partida. En este caso, lo hace con los cuentos de Cortázar y para eso apeló a la anécdota de cuándo se conoció con el entonces joven Julio. Emocionante. Además, un extracto de una entrevista donde habla del novel autor.
POR JORGE LUIS BORGES
Tomado del libro Fernando Sorrentino; Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, El Ateneo, 1996, págs. 103-105.
—¿Le agradaban los cuentos fantásticos de Julio Cortázar?
—Sí, me agradaban, y ocurrió un pequeño episodio. ¿Se lo he contado ya?
—No.
—Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: «¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?». «No», le dije yo. Entonces él me dijo: «Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito». Yo dirigía entonces una revista, Los Anales de Buenos Aires (una revista ahora indebidamente olvidada), que pertenecía a la señora Sara de Ortiz Basualdo, y él me llevó un cuento, «Casa tomada»; al cabo de una semana volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: «En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah». Pero, en esa ocasión, en París, Cortázar me dijo: «Lo que yo quería recordarle también es que ése fue el primer texto que yo publiqué en mi patria cuando nadie me conocía». Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar. Y luego nos vimos un par de veces en la UNESCO, donde él trabaja. Él está casado -o estaba casado- con la hermana de un querido amigo mío, Francisco Luis Bernárdez. Bueno, como le decía, nos vimos creo que dos o tres veces en la vida, y, desde entonces, él está en París, yo estoy en Buenos Aires; creo que profesamos credos políticos bastante distintos: pero pienso que, al fin y al cabo, las opiniones son lo más superficial que hay en alguien; y además a mí los cuentos fantásticos de Cortázar me gustan.
Prólogo a la edición
Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le dada mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde «Casa tomada» con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.
El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia. En ulteriores piezas Julio Cortázar lo retomaría de un modo más indirecto y por ende más eficaz. Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela Cumbres borrascosas le escribió a un amigo: «La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses». Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky,
farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un
animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo.
En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales.
El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido.