“Con Antonin Artaud ha callado en Francia una rota palabra que solo estuvo por mitad del lado de los vivos mientras el resto, desde un lenguaje inalcanzable, invocaba y proponía una realidad atisbada en los insomnios de Rodez”, escribió Cortázar cuando partió Artaud. Antonin Artaud fue más que un poeta: fue el poeta que abandonó la poesía. Con su prosa, sus ensayos, la dramaturgia -también fue actor y director de teatro-, lo que dejó en claro es que la fantasía era la realidad y que la imaginación era la verdad. Aquí, una de las poesías que integran Para terminar con el juicio de Dios y otros poemas (El cuenco de plata).
El problema que se plantea es que…
POR ANTONIN ARTAUD
Es grave advertir
que después del orden
de este mundo
hay otro orden.
¿Cuál es?
No lo sabemos.
El número y el orden de las suposiciones posibles
en ese ámbito
es justamente
¡el infinito!
¿Y qué es el infinito?
No lo sabemos con precisión.
Es una palabra
de la que nos servimos
para indicar
la apertura
de nuestra conciencia
a la posibilidad
desmesurada
inagotable y desmesurada.
¿Y qué es la conciencia?
No lo sabemos con certeza.
Es la nada.
Una nada de la que nos servimos
para indicar
cuando no sabemos algo,
con respecto
a qué no lo sabemos
y entonces decimos conciencia
en cuanto a la conciencia
pero hay muchos otros aspectos.
¿Y entonces?
Parecería que la conciencia
está ligada
en nosotros
al deseo sexual y al hambre;
pero podría muy bien
no estar ligada a ellos.
Se dice,
se puede decir,
hay quienes dicen
que la conciencia
es un apetito,
el apetito de vivir;
inmediatamente
al lado del apetito de vivir
aparece en el espíritu
el apetito del alimento
como si no hubiera
personas
que comen
sin ninguna clase de apetito
y que tienen hambre.
Porque también
existen
quienes tienen hambre
sin apetito.
¿Y entonces?
Entonces
un día
el espacio
de la posibilidad
se me presentó
como si me hubiera tirado
un gran pedo;
pero no sabía
con exactitud
qué eran
ni el espacio,
ni la posibilidad,
y no experimentaba la necesidad
de pensarlo;
eran palabras inventadas
para definir
cosas que existían
o no existían
frente a la urgencia apremiante
de una necesidad:
suprimir la idea, la idea y su mito
y hacer reinar en su
lugar la manifestación tonante
de esa explosiva necesidad:
dilatar el cuerpo de mi noche interna,
de la nada interna de mi yo
que es noche nada,
irreflexión,
y que, sin embargo,
es una afirmación explosiva:
hay que dejarle lugar a algo,
a mi cuerpo.
Pero,
¿reducir mi cuerpo a ese gas hediondo?
¿Decir que tengo un cuerpo porque
tengo un gas hediondo que se forma dentro mío?
No lo sé
sin embargo sé
que el espacio,
el tiempo,
la dimensión,
el devenir,
el futuro,
el porvenir,
el ser,
el no ser,
el yo,
el no yo,
no son nada para mí;
en cambio hay una cosa
que significa algo,
una sola cosa
que debe significar algo,
y que siento
porque quiere
SALIR:
la presencia
de mi dolor de cuerpo,
la presencia
amenazadora infatigable de mi cuerpo;
aunque me acucien con preguntas,
y yo niegue todas las preguntas,
hay un punto
en el que me veo forzado a decir no,
NO a la negación;
y llego a ese punto cuando me acosan,
me abruman,
me cuestionan
hasta que se aleja de mí el alimento
mi alimento
y su leche,
y ¿cuál es el resultado?
Que me ahogo;
no sé si es una acción
pero al acosarme
así
con preguntas
hasta la ausencia y la nada de la pregunta,
me atormentaron
y sofocaron en mí
la idea de cuerpo
y de ser un cuerpo,
entonces sentí lo obsceno
y me tiré un pedo arbitrario de vicio
y en rebeldía por mi asfixia.
Porque hostigaban
hasta mi cuerpo
hasta el cuerpo
y en ese momento
hice estallar todo
porque a mi cuerpo nadie lo manosea.
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